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Sin lectura no hay pensamiento crítico

Columna de opinión en el medio la Tercera de María Cristina Silva, docente y directora de Aseguramiento de la Calidad de la Facultad de la Universidad del Desarrollo.

Para nadie es novedad: el pensamiento crítico juega un rol clave en el desempeño laboral y en la vida cotidiana. La autonomía para discriminar qué aceptar y qué rechazar -a partir de la evaluación de los fundamentos de un postulado, de la revisión de creencias y de la consideración de la propia experiencia- ayuda a resolver problemas y tomar decisiones.

El pensamiento crítico, a su vez, permite navegar en la incertidumbre, facilita la adaptación a los cambios y ayuda a hacer frente al fenómeno de la desinformación, que tanto preocupa a autoridades, políticos y académicos. Más aún, hace posible el desarrollo de diálogos racionales, con lo que favorece el entendimiento entre las personas y la construcción de comunidades colaborativas.

Múltiples estudios han destacado la importancia del pensamiento crítico para la empleabilidad. The Future of Jobs Report 2023 del Foro Económico Mundial afirma que este se encuentra entre las habilidades que serán cruciales para el desempeño laboral en los próximos años. El informe lo identifica como esencial para navegar en un panorama laboral en rápida evolución, moldeado por los avances tecnológicos y los cambios socioeconómicos.

Otros reportes, como el Global Talent Trends 2024 de la consultora internacional de recursos humanos Mercer y el 2024 Workplace Learning Report de LinkedIn también destacan el pensamiento crítico como destreza vital para mejorar la productividad, fomentar la innovación y adaptarse a entornos laborales futuros.

Con este panorama en mente, colegios, universidades y organizaciones diseñan cursos y metodologías para enseñar el pensamiento crítico. Lo relevan en sus perfiles de egreso,  planes de estudio y otros documentos académicos.

Los programas de estos cursos suelen abordar la evaluación de evidencias, el reconocimiento de los sesgos, la identificación de falacias y el análisis de argumentos y perspectivas. A su vez, incorporan la distinción entre razonamiento inductivo y deductivo, el debate y la discusión, entre otras estrategias de enseñanza. Gracias a las posibilidades que brinda la tecnología, todo va acompañado de atractivos videos y elocuentes podcasts, además de aplicaciones interactivas y novedosos juegos para hacer más dinámica la docencia.

Con todo este repertorio a veces se nos olvida algo muy sencillo y relevante a la vez: el rol de la lectura individual en el pensamiento crítico.

Para que un estudiante desarrolle cabalmente esta habilidad es necesario que se enfrente  una y otra vez a un texto complejo: que le haga preguntas, lo lleve a dialogar con su propia experiencia y conocimientos previos, lo contraste y haga conversar con otros textos y que, finalmente, llegue a sus propias conclusiones y su propia valoración.

No es casualidad que el origen del espíritu crítico se asocie con el nacimiento de la escritura (y la consecuente lectura). Diversas fuentes relatan que cuando las historias de la tradición oral se plasmaron en un texto escrito, el público pudo por fin distanciarse de su embrujo oral y empezar a dudar de ellas.

El libro El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo destaca que el nacimiento de la filosofía griega coincidió con la juventud de los libros, y que eso no fue por azar. Una de sus citas es particularmente ilustrativa: “Frente a la comunicación oral -basada en relatos tradicionales, conocidos y fáciles de recordar-, la escritura permitió crear un lenguaje complejo que los lectores podían asimilar y meditar con tranquilidad. Además, desarrollar un espíritu crítico es más sencillo para quien tiene un libro entre las manos -y puede interrumpir la lectura, releer y pararse a pensar- que para el oyente cautivado por un rapsoda”.

Hoy en día los jóvenes leen prácticamente todo el día en sus dispositivos: mensajes de whatsapp, posts de distintas redes sociales, medios digitales y blogs. Quizás incluso leen más que antes de la masificación de estos dispositivos. Pero estos textos suelen ser cortos y en general vienen “procesados”, no conllevan un gran esfuerzo de interpretación por parte de los jóvenes lectores.

En una era de textos breves, mensajes impactantes y rapidez imperativa, muchas veces tememos asignar lecturas largas complejas a nuestros jóvenes. Atreverse a hacerlo puede ser una manera sumamente efectiva de enfrentar una apremiante necesidad actual y, de paso, mostrarles el fascinante horizonte que se le abre a un lector.

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