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Fundadora y directora de la Fundación Pesa Tu Vida: La cruzada de Denisse contra la anorexia

Denisse Fuentes llegó a pesar 28 kilos y a despedirse de sus padres. Hoy tiene 30 años y siente que recién ha comenzado a vivir. Cree que su función en este mundo es legislar, crear conciencia y poder ayudar, a través de su historia, a quienes no pueden afrontar de forma correcta esta enfermedad.

Por Paula Walker*

Son las 17.40 horas de un día martes de mayo. Denisse Fuentes había acordado juntarse hace diez minutos, pero en el camino una madre la ha reconocido e interrumpido para pedirle ayuda, pues su hija que padece Anorexia Nerviosa Infantil. Se toma el tiempo para escucharla. Tuvo suerte esa madre, porque a pesar de que Denisse suele intercambiar e-mails, no comparte su número de teléfono, por ejemplo. Prefiere mantener su privacidad, ya que son muchas las personas que hoy en día buscan contactarla: adolecentes, madres, periodistas, estudiantes y quien quiera conocer su historia.

Por fin Denisse llega a la cafetería Havanna del Mall Alto Las Condes. Está levemente maquillada por una marca que la quiere auspiciar, pero se siente incómoda ya que prefiere estar más natural; sus uñas están muy cuidadas -desde que dejó de comérselas-. La manicure “es un mal necesario” que ha incluido en sus rutinas.

Se sienta en una mesa y pide un café, luego de unos segundos vuelve a llamar al mesero y le pregunta: “¿Viene con esos corazoncitos de chocolate, verdad?”. Si bien hoy debe cuidar lo que come, nunca puede faltarle un chocolate. En su casa guardan cajas La Fete, que siempre come sin falta por la mañana y la noche.

Denisse tiene Anorexia Crónica. Dice que es una enfermedad que siempre estará presente, pero que ha logrado doblarle la mano. “Me di cuenta que estaba en una posición de víctima y que en la única que estaba perdurando esto era en mí; que si había logrado sobrevivir a todo esto, era capaz de salir. Una parte de mí quería hacerlo”, dice que fue su pensamiento luego de haber alcanzado los 28 kilogramos y llegar a circunstancias que bordearon la muerte.

En la billetera de Denisse hay una foto plastificada de ella junto al mayor apoyo que ha tenido: su familia. Es la misma imagen que su papá tiene enmarcada en el escritorio de su oficina. “Lo primero que hice cuando decidí que iba a salir adelante, fue abrazar a mi hermano (Benjamín) que tenía ocho años en ese minuto y pesábamos casi lo mismo”, cuenta ella.

Denisse toma un sorbo de su café y dice: “una de las cosas que más me hacen feliz en la vida, es ver reír a mi papá”.

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Desde el largo pasillo de la casa de los padres de Denisse, se asoman las puertas de cada habitación. Fueron tres noches consecutivas en que la luz de la pieza de Denisse iluminó el pasillo. Al amanecer del cuarto día, llegó donde dormían sus papás con un montón de hojas escritas a mano y la tapa del cuaderno con el título “La Dieta de la Muerte: Soy anoréxica y esta es mi historia”.

«Papás, yo estoy muy débil, creo que no voy a vivir. No quiero que este sufrimiento quede en vano, lo quiero contar y que esto me lo publiquen”, se leía en lo podría tomarse como un desesperado manifiesto. “Yo me quedé mudo”, dice Raúl, su padre. “La lengua me tiene que haber atravesado la cabeza, y mi señora sacó fuerza de flaqueza y dijo: ‘Denisse, yo no vine a este mundo a enterrar a un hijo, tú estás aquí por algo. Si Dios no ha querido llevarte es porque tiene algo preparado para ti y esto lo vas a publicar tú’”.

Su recuperación, fue un proceso cíclico, lleno de recaídas. Sin embargo, en esos momentos críticos, siempre contó con su familia. Sus padres y su hermano Benjamín, entendieron que la anorexia es una enfermedad que requiere de mucha paciencia y amor.

Denisse llevaba una semana de felicidad desde que habían pedido su mano. Unos días después de la propuesta, su novio la invitó a tomar un helado. En el camino frenó el auto en seco, ella pensó que iban a chocar. Pero en un giro inexplicable del destino, le arrancó el anillo del dedo, lo lanzó, abrió la puerta del auto, la tomó en brazos y la dejó en la vereda. Nunca más se volvieron a ver.

Su hermano Benjamín, quien es 12 años menor que Denisse, dice que la razón de haberla dejado, “fue por no atreverse a vivir junto a una mujer que tenía anorexia”. Denisse recuerda que su novio le dijo “te amo, pero no puedo hacerlo’”.

Sus padres pensaron lo peor. “Creí que mi hija se me moría de amor de pena, era un bulto”, dice Yolanda, quien decidió llevársela de viaje a Estados Unidos. La hija de Carola, la hermana mayor, estaba por nacer. Cuando finalmente volvió, traía un nuevo proyecto, quería iniciar una fundación.

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“Una de las primeras cosas que hice cuando comencé a salir adelante, fue pintar mandalas. No sabía para qué era buena y mi psicóloga me recomendó hacerlo. También salí a caminar y me di cuenta de que me gustaba. Por último empecé a cocinar, pero no para el resto, sino que a probar. Empecé a comer  chocolates”.

Denisse recuerda sus primeros pasos tras decidir vivir. No era la primera decisión crucial de su vida. A los 20 años, le contó a su familia un hecho que definitivamente marcó un antes y un después en su historia. Había sido abusada en reiteradas ocasiones por su nana.

Así lo recuerda su padre: “Siempre hemos sido muy católicos, la trajimos a la casa con su hija, luego ella estudió, le conseguimos trabajo… pero después supimos por la Denisse que cuando nosotros estábamos fuera, se producía toda esta cochinada. Personas como yo que se creen inteligentes y que tienen un cargo ejecutivo, o mi señora que es una mujer que tiene mundo… no sé cómo llegamos a ser tan estúpidos para no darnos cuenta”.

La familia llevó el caso a tribunales. La mujer se declaró culpable, pero no fue sentenciada. Años más tarde, Denisse fue a visitarla, la quería encarar. Sin embargo, no pudo hablar, sólo explotó en llantos y preguntas: “la quedó mirando unos 15 minutos mientras lloraba y le preguntaba por qué”, dice Raúl.

Según sus padres, “hoy Denisse la perdona, cree que si actuó de esa manera, fue simplemente por falta de luz en su vida y dice que son éstas, las situaciones que hoy la hacen más fuerte. Empezó lentamente a asomar su cabecita por una ventana y a ver que, por más nublado que estuviera el día, siempre salía el sol. Empezó a reírse un poco más, a sentirse menos tímida y a sacar la voz”.

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“Mi Benja lanzó su toga, bailó el más lindo de los vals y rindió la esperada y, a veces, tan atemorizante PSU. Yo no hice nada de eso, porque a mis 18 años estaba luchando por sobrevivir, consumida, ahogada en una lucha y enfermedad tan mortal como cruel y tan silenciosa como dolorosa […] Hoy yo también di mi PSU. También bailé el vals y finalmente, lancé mi toga. Quizás 12 años después de la fecha en que debería haberlo hecho, pero qué más da”.

El relato de Denisse no fue en voz baja, sino que es parte de una columna que dedicó a su hermano en Emol, cuando él rindió la PSU a fines del año pasado. Las consecuencias de la anorexia no le permitieron graduarse del colegio, sino que debió completar sus años escolares con exámenes libres. No hubo diploma, tampoco vestido ni cena, simplemente había pasado sus exámenes.

Benjamín, quien le dice “Tita” a Denisse, pues cuando pequeño no podía pronunciar su nombre, le devolvió la mano a su hermana. “En mi graduación la Tita estaba súper feliz, ella vivió todo el proceso de cuarto medio conmigo. Nunca dio la PSU. Cuando yo la di, estaba estresado y ella vivió ese estrés conmigo; lo asimiló como si fuera la prueba de ella”, comenta Benjamín.

“No tuve fiesta, pero el Benja quiso que yo fuera a la suya y me pagaron como un invitado extra”, dice Tita. Luego recuerda entre lágrimas el momento del vals, en el que los padres bailaron junto a sus hijos. “Cuando él estaba bailando vals con mi mamá, mi papá me agarró y nos pusimos a bailar detrás. De alguna manera siento que la vida te devuelve las cosas bonitas”, sostiene Denisse.

A pesar de la diferencia de edad, la relación de Denisse con su hermano es muy fuerte. Según Benjamín, incluso se pone celosa: “Le digo que estoy viendo a una mina y escanea a cualquier mujer que se me acerca. Es muy preocupada, me pregunta cómo estoy y ahora que tengo poco tiempo con la universidad, siempre nos tomamos un café. Cuando estudio hasta tarde, siempre llega con un chocolatito y me dice cómete esto. Son pequeños detalles”.

Hoy Denisse tiene una vida normal. Se levanta por las mañanas, toma largas duchas y se arregla. Le gusta comer un chocolate después del desayuno. Almuerza a la misma hora, pues tiene una alarma puesta para recordar que debe comer. Y por las noches, cena junto a toda su familia y se prepara un agua de hierbas en su gran tazón de Minnie. Mientras ve El Sultán, con su madre, come otro chocolate.

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Denisse tiene una mezcla que es poco común. Parece ser súper frágil y su aspecto físico es de una niña mucho menor a los 30 años que tiene, pero a la vez tiene una fortaleza impresionante que la ha llevado a luchar por ella y por los demás. Injusticias, deslealtades y faltas de compromiso, son tres razones que le hacen florecer su carácter. Discute, pero siempre con argumentos duros y válidos. “No te recomiendo discutir con ella, siempre tiene una muy buena respuesta”, dice Raúl.

“Luego de haber sobrevivido en reiteradas ocasiones, tenía una tristeza inimaginable, una timidez extrema, de no atreverse a hacer nada por si alguien la iba a refutar o a cuestionar. La recuerdo como la niñita indefensa, casi sin autoestima, apagada y sin luz. Hoy irradia”, agrega Yolanda Estrada, su madre.

Esas nuevas características empujaron a Denisse a crear la Fundación Pesa Tu Vida. La organización tiene el objetivo de informar, prevenir, legislar y crear conciencia sobre enfermedades como la anorexia. Ella misma realiza charlas en colegios, en las que cuenta su testimonio, y busca implementar un programa de talleres que sea parte del ítem de convivencia escolar de todos los establecimientos educacionales del país.

Denisse, no se arrepiente de nada, agradece cada una de sus vivencias, desde las más dolorosas, hasta las más solidarias. Cada una ha sido un aprendizaje; se ha quedado con lo mejor de todo. Tiene un agradecimiento desde sus seres queridos hasta quienes le hicieron daño, pues le han hecho valorar la vida de otra manera. Siente que hoy su misión es ayudar:

“Me veo brillando con todo el esplendor de la palabra, con toda esa luz que estuvo apagada por mucho tiempo, haciendo todos mis sueños realidad. Siempre digo que quiero llegar al infinito y más allá, pero también quiero que mi infinito se vuelva finito cada día, para que cuando crea que ya toqué el máximo de felicidad, darme cuenta de que es sólo mi primer escalón y que recién estoy partiendo, otra vez”.

*Paula Walker es estudiante de Periodismo UDD y realizó este reportaje para el ramo Taller de Periodismo Interpretativo.