El lunes se realizó la ceremonia de titulación de los estudiantes que ingresaron en 2008 y egresaron con la película Volantín Cortao.
La noche del lunes una nueva generación se despidió de Cine UDD. Después de cinco años, varios filmes y un largometraje que se robó la película en el último Festival de Cine de Valdivia, Volantín Cortao, los estudiantes que llegaron a Cine UDD en 2008 dijeron adiós.
Con la presencia del Rector de la UDD, Federico Valdés, la Decana de Comunicaciones, Carolina Mardones, y el Director de nuestra carrera de Cine, Marcelo Ferrari, nuestra tercera generación de cineastas recibió los diplomas que hoy los certifican como cineastas profesionales.
Fue una ceremonia alegre, condimentada con el desplante escénico de los estudiantes de Teatro, quienes también recibieron sus títulos y donde las autoridades les recordaron que esta casa de estudios seguirá siendo su casa.
Uno a uno pasaron a recibir su diploma Diego Ayala, Aníbal Jofré, Javiera González, Nicolás Herrera, Karin López, Sebastián Roblero, Joaquín Vergara, Victoria Jensen, Javier Valderrama, Paula Trujillo, Pablo Daly, Felipe Morales y Camila Mercadal, quien además recibió la distinción a la Excelencia Académica.
También subieron al escenario los padres de Paulina Murillo y de Vicente Lillo, quienes se encuentran fuera de Chile. Y se titularon estudiantes de años anteriores como Juan Massad y Matías Jeffs. La ceremonia terminó con un discurso a cargo de Javiera González. Un discurso reflexivo sobre el fin de los procesos y que reproducimos aquí.
Estimados compañeros y compañeras de cine:
El martes pasado asistí a una clase de la Paula del Fierro (porque soy su ayudante). Les estaba pasando a los segundos “Estructura de un largometraje”. Al final de la clase se puso a hablar sobre los finales de las películas: ¿por qué son tan importantes? Dijo ella que hasta una película medio “reguleque” puede ser salvada por un muy buen final.
Cuando uno está viendo una película y empieza a intuir que se acerca el final, al tiro uno ya está hablando internamente: “mmm, sí, eso estuvo bueno” o “pucha la cuestión mala, bla bla bla”.
Y ese ejercicio de conciencia, de la voz opinante interna, llega siempre con el final. En la clase del martes, la Paula decía que quizás es tan placentero ver finales de películas, porque en cambio, en la vida real es muy difícil saber distinguir un “final”. Los inicios, los conflictos, los giros de la vida, son muy fáciles de distinguir. Pero los finales a uno se le escapan. Cuando llega un final nos sentimos por mientras ya al comienzo de otra cosa. O quizás nos sentimos al medio de un giro, de un Punto de Máxima Perturbación, y no llegamos nunca a distinguir un “final” propiamente tal.
Y saber distinguir un final en la vida real puede ser de ayuda. Si uno se siente “al final” de algo, se despierta el mini crítico interno, a buscar metáforas, a buscar sentido, a reflexionar y hacer memoria. Y me parece a mí que ese ejercicio de autoconciencia es imprescindible en la vida. Los que andan en busca de “los ciclos de la vida” lo saben, un final ayuda a hacer conciencia, a hacer memoria, a hacer historia. No sólo como país, no solo la memoria de los libros de historia, sino además la memoria del día a día, lo que me llevo a la almohada en la noche, lo que me construye constantemente en lo que hago y lo que digo.
Distinguir un final en la vida ayuda a que uno se ponga a pensar. Y bueno, sólo quería decirles eso, porque lo que nos reúne hoy aquí es el final de algo.
No les voy a hablar del cine y lo importante que es nuestro rubro para el mundo, porque supongo que de eso se más o menos lo miso que ustedes. Pero de las cosas de la vida, que son muchas y enredadas y con altibajos, quería decirles esto: No nos olvidemos de buscar en el mundo historias con final. Así uno puede cerrar ciclos, hacer conciencia, aprender, empezar cosas nuevas.
Ahora les quiero leer un pedazo de un libro que me compré recién en Valdivia y me estoy releyendo, porque lo leí cuando chica y ya no me acordaba nada. Se llama La Historia sin Fin, y tiene una película re-mala. Para terminar, quisiera leerles un pedacito.
La trama es de un niño que abandona su mundo y entra al mundo de un libro que estaba leyendo. Una de las primeras aventuras que vive adentro del libro es cuando conoce a Graógraman el León Multicolor. El niño, que se llama Bastián, tiene una joya: una “alhaja”, le dicen en el libro, porque es mágica. Respecto a esa joya, habla con el León de los colores. Dice así:
“Bastián le enseñó al león la inscripción del reverso de la Alhaja. –¿Qué significa? –preguntó–. Dice «HAZ LO QUE QUIERAS». Eso quiere decir que puedo hacer lo que me dé la gana, ¿no crees?
El rostro de Graógraman pareció terriblemente serio y sus ojos comenzaron a arder.
–No –dijo con voz profunda y retumbante–. Quiere decir que debes hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil.
–¿Mi verdadera Voluntad? –repitió Bastián impresionado–. ¿Qué es eso?
–Es tu secreto más profundo, que no conoces.
–¿Cómo puedo descubrirlo entonces?
–Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Ese camino te conducirá a tu Verdadera Voluntad.
–No me parece muy difícil –opinó Bastián.
–Es el más peligroso de todos los caminos –dijo el león.
–¿Por qué? –preguntó Bastián-. Yo no tengo miedo.
–No se trata de eso –retumbó Graógraman–. Ese camino exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre”.
Bueno, no quiero ser grave, pero lo que deberíamos hacer en nuestra vida es hacer lo que queramos. Pero siempre, siempre -ojalá- buscando saber cuál es nuestra Verdadera Voluntad.
Compañeritos queridos, ya me callo para que siga la ceremonia. Sólo quiero recordarles que una verdadera ceremonia de cierre está para hacernos pensar en las cosas importantes. Los quiero mucho, y espero que nos sigamos encontrando por todas partes.
Sólo me falta darle las gracias a la escuela, a su parte humana, a los profes y administrativos, a todos, muchas gracias por todo.