El discurso de despedida de los egresados estuvo a cargo de Mariana Osorio Hott.
Síndrome de la pantalla en blanco. ¿Cuántas veces no nos ha pasado? Minutos que parecían horas tratando de concentrarse, cuando teníamos que escribir una crónica o algún reportaje… ¿cómo empezar? Eso estuve pensando durante varios minutos, hasta que decidí comenzar por lo más simple. Por el principio.
Por aquel primer día de clases en que llegamos asustados, sin conocer a nadie, analizando las caras de nuestros nuevos compañeros e imaginando quiénes pasarían a ser nuestros amigos durante esta etapa: la universidad. Una carrera profesional nos entregaría la posibilidad de independizarnos, de lograr nuestros proyectos y avanzar en esta transición, en que pasaríamos de adolescentes personas hechas y derechas.
Nuestra primera clase, abría las puertas de nuestro futuro.
Recuerdo la ansiedad de los primeros ejercicios periodísticos, la vergüenza que teníamos que vencer, las voces nerviosas y luego cansadas, cuando cada profesor nos hacía presentarnos uno a uno, y nuestras ganas de retener los nombres de todos, cuando sabíamos que sólo lograríamos recordarlos todos después del primer carrete universitario.
Recuerdo las ventanas ociosas en el casino, las tardes en las salitas de estudio de la biblioteca, las noches en que pasábamos de largo, tratando de concentrarnos entre nubes de humo y mares de libros, apuntes y resúmenes.
Recuerdo los certámenes, cuando nos parecía jugarnos la vida y, tras tanto estudio, quedábamos en blanco y pensábamos haber olvidado todo, y nos entregábamos a la suerte o a las manos de Dios.
Las frustraciones, las tantas veces que no recibíamos la nota esperada, la rabia cuando sentíamos que algo había sido injusto, las ganas de claudicar.
Pero aquí estamos, con la frente en alto. Recordando todo aquello que significó la Universidad del Desarrollo para nosotros, los momentos vividos con nuestros compañeros, con nuestros amigos y profesores.
Formar parte de este grupo es de verdad un orgullo. Somos una excelente generación, que supo combinar el trabajo constante, la perseverancia y el esfuerzo, con la alegría, la buena onda y, por qué no decirlo, el buen carrete. El grupo humano que aquí se formó, fue sin duda una excepción. Pocos pueden decir que salieron de la universidad con un grupo de más amigos que los que se pueden contar con una mano.
Cómo olvidar los paseos a la casa de la Ali Tagle en Santo Domingo, los cumpleaños de la Cata Muñoz en Talca, las clases magistrales de la Sole Millar, las tallas de Juan, las cocadas de la Nicole, la disposición por ayudar de la Cata Tarud. Y el amor de la Euge con Alonso, que desde el primer año nos han dado un ejemplo de convivencia.
Pero muchos también se quedaron en el camino, Alonso, Joaco, Chato, quienes lamentablemente no han podido titularse con nosotros. Durante estos 5, o 6 años para algunos, hemos visto pasar a muchas personas, grandes valores, como la Estefa Melús o la Mila Fuentes, o personajes como Pato Ponce y la Carol Opazo.
Amigos, en la universidad, los esfuerzos no son en vano. Cada uno de nosotros se esforzó por alcanzar nuestras metas, pero más importante aún es el esfuerzo que hicieron nuestras familias para entregarnos esta oportunidad, este privilegio, de llegar a ser profesionales.
Quiero agradecerles a todos los padres que están detrás de cada uno de estos periodistas. Gracias por aguantar nuestras rabietas, por entender nuestros colapsos y permitir nuestros ritmos que, en algunos momentos, no nos dejaban compartir con quienes más queríamos. No les hemos fallado, y tampoco no hemos fallado a nosotros mismos.
Gracias a la Universidad, no sólo por entregarnos la oportunidad de estudiar, sino que también por haber sacado lo mejor de cada uno de nosotros, formando personas íntegras y capaces de aportar con valores a la sociedad.
Gracias a nuestros profesores, que día a día nos entregaron sus conocimientos, su experiencia y su confianza, para que ahora podamos salir a luchar en este mundo tan competitivo y a veces tan hostil, como es el periodismo.
Cuando escogimos esta carrera, sabíamos que era una vocación. Sabíamos lo difícil que sería abrirse camino entre tantos profesionales, que sería difícil encontrar un buen trabajo y, más difícil aún, uno que sea bien pagado. Tuvimos que enfrentar opiniones que trataban de desprestigiarnos, e incluso, a nuestras familias que no estaban de acuerdo con nuestra decisión.
Sin embargo, quisiera decirles que no nos hemos equivocado. Los periodistas tenemos un papel preponderante en la sociedad. La toma de decisiones, en todos los ámbitos del quehacer, siempre debe ir acompañada de información veraz y oportuna.
Una sociedad sin información adecuada, irremediablemente se estanca, sus autoridades quedan ciegas, sus emprendedores comienzan a temer, la ciencia y la tecnología se vuelven inalcanzables y la historia se convierte, simplemente, en letra muerta.
Esta reflexión me acompañó durante estos años de universidad. Creo haber elegido bien. La información necesariamente debe ser tratada por profesionales, personas que si bien han sido preparadas en centros de elite, como éste, puedan ser capaces también de viajar a todos los espacios de una sociedad. Palpar la realidad, asumirla y contarla.
Debemos ser sinceros con nosotros mismos y leales con la verdad. Debemos abrir los ojos al presente con una mente crítica y saber enfrentar las consecuencias de la noticia. El compromiso de un periodista, su verdad, terminan siendo la voz de una sociedad.
Compañeros. Hemos llegado al final de camino. Ahora tenemos las armas suficientes para alcanzar nuestras metas. Tal vez nunca ganaremos millones, ni manejaremos el mejor auto, ni podamos salir de vacaciones sin endeudarnos, pero sabemos que estamos haciendo lo correcto. Y eso, sumado de fuerza, perseverancia y trabajo bien hecho, hará que se cumplan nuestros sueños.
Muchas gracias.