Mientras 33 mineros se encuentran atrapados por un derrumbe en Copiapó, el director de la Escuela de Cine UDD -quien filmando «Sub terra» investigó las precariedades de los mineros de Lota de un siglo atrás-, hace una reflexión en torno a las actuales condiciones laborales de los trabajadores chilenos. Columna publicada el 15 de agosto en la sección LCD de La Nación Domingo.
Cuando pienso en “Sub terra”, una película sobre las miserias que vivían los mineros del carbón a fines del siglo XIX, y de pronto, en pleno siglo XXI, 33 hombres quedan atrapados en una mina en Copiapó, me pregunto si realmente las cosas han cambiado para los trabajadores.
Durante el proceso de investigación de “Sub terra”, además del libro de Baldomero Lillo, conocí a través del relato de ex mineros lo que hace un siglo vivieron sus antepasados bajo tierra. Un mundo sofocante, sin medidas de seguridad, al que los trabajadores bajaban con las mismas chupallas que usaban en el campo y el temor de que el gas grisú explotara en sus narices. Eran 14 horas diarias -contadas desde que se paraban frente a la mina- en que la vida y la muerte se fundían en el cotidiano. Fue entender una especie de ser humano esclavizado por generaciones, que no conocía la vida porque no conocía el sol.
Luego investigué a la aristocracia de la época y a la familia Cousiño, dueña de la mina y una de las más ricas del planeta. Claramente a los ojos del siglo XXI lo que ocurría en Lota era inhumano. Pero para el tipo de pensamiento social del Chile de esa época y para los estándares industriales que los Cousiño replicaban -los de Inglaterra, para ser preciso-, esos horrores eran invisibles. Simplemente entendían que así era la vida de los pobres.
Por eso la gente que luchó por crear mayor conciencia social chocaba con un muro, como el propio Baldomero Lillo, que se enfrentaba a un mundo que lo consideraba un amargado, un hombre que le andaba buscando la quinta pata al gato. Pero gracias a personas como él, las condiciones de los trabajadores han cambiado en términos objetivos. Si en la minería hay cierta seguridad los turnos son relativamente más humanos, es porque ha habido lucha sindical y movimientos que desplazaron la historia hacia la búsqueda de mayor justicia social. No ha sido por una cuestión caritativa de la clase dominante.
Sin embargo, la condición del trabajador no ha cambiado sustantivamente y no nos damos cuenta hasta que nos llega este golpe de impresión, la tragedia de un grupo de trabajadores atrapados en una mina del norte, porque la empresa privada no tenía las condiciones de seguridad que requerían.
Por eso es necesario hacer una reflexión social sobre el estado de todos los trabajadores. Probablemente en cien años más la sociedad mirará lo que ocurre ahora en los supermercados, los malls y los packing, y lo considerará una explotación de generaciones que viven para el trabajo, que se transportan horas en micros, que no tienen un lugar para comer, que trabajan sábados y domingos.
No es posible que los grandes empresarios que mueven la industria, quienes pueden hacer de Chile un país más humano, miren la historia reciente con despreocupación y lejanía, sin asumir su propia responsabilidad. Tiene que existir un grupo dentro de esa elite que, con una mirada más sensible, levante la voz y ayude a empujar las condiciones laborales hacia una mayor justicia social.