Por Hernán Silva
Estamos frente un filme que desafía los cánones del género de terror y compone uno de los retratos pre-adolescentes más potentes y bellos de la época actual. Su poder reside en su factura, en su tiempo fílmico, en sus metáforas fílmicas y en su cuidada forma en general.
La historia se ve desde el mundo de un chico que vive con su madre separada; Oskar, este chico junta secretamente recortes de noticias violentas e inventa mundos a partir de su pequeño (y grande) mundo frustrado y temeroso. Es un niño rubio, apuesto, frágil, muy reservado y tímido por otro lado.
La historia se abre con la imagen de la nieve cubriendo la fría, blanca y proletaria Estocolmo, luego pasamos a una imagen especular (reflejo de un cuerpo) de Oskar dirigiéndose hacia la ventana. Desde ahí observa la llegada de su nueva vecina, Eli. ¿Su posible doble? Ella se instala inmediatamente al lado de la habitación de Oskar. Su primer encuentro marcara el tono y el destino de aquellos co-protagonistas: se produce cuando Oskar ensaya con un árbol al que da de cuchilladas, haciendo como si fueran sus compañeros de clase que lo maltratan con un bully insoportable, dejando claro así su deseo y proyección de venganza. Detrás de él aparece, misteriosamente, Eli que le pregunta por sus acción. Esto hace que Oskar se interese prácticamente en el instante por ella. Eli, por otro lado, es de una extraña belleza, distante y desaliñada como una criatura. El arranque deja claro que se trata de un filme de iniciación, de conocimiento y atracción misteriosa (y mítica).
Pero el segundo encuentro dejará en claro aun más el tierno barniz que se teje en esta historia de dos almas que se atraen, en un encuentro sigiloso, curioso, compasivo, y hasta corporal de intercambio de un cubo (cubix de la época). Pero esta escena, en particular, es mejor mirarla y disfrutarla y no desmenuzarla.
El filme, inteligentemente, reparte; comparte y repele casi tres hilos narrativos: El encuentro, amistad y atracción entre Oskar y Eli; el pueblo de los años ´80 con su patética (a ratos) y monótona vida invernal, incluido el abuso con Oskar que hacen algunos alumnos del colegio; y una línea narrativa de terror- y su subgénero de vampiros- con la vida de Eli y su tutor. Esta última línea narrativa se cruza con astucia y da sentido a todas las demás líneas, pero sin ser la más importante.
Entonces, la primera pregunta que surge con este tipo de relatos posmodernos o contemporáneos de hibridez o indefinición genérica, es que si su coartada genérica y estilística (tan hipercodificada como son las películas de vampiros) es una apuesta válida, gratuita o renovadora del cine (con todas sus letras). Creo que Criatura de la noche es 100% cine y abre una renovación o profundización del género sin referirse completamente a él.
Y es ante todo un cine de imágenes sobre las imágenes (dobles) que tenemos, a su vez, de todas las películas de drama y terror, ya que se desmarca de todas ellas y amplia la mirada del género hacia una madurez del mismo y de sus temas: el doble corpóreo, especular, sanguíneo, romántico y espiritual; la violenta espiral de crecimiento solitario de un chico hacia su difícil madurez (su drama) y la vida “eterna” solitaria que siempre encuentra otra soledad que metaforiza la idea de amor más allá de lo conocido y lo permitido; o sea, el romanticismo, el misticismo, la religión y más acá con la cruda realidad de un mundo “frío” y sin conexión de sus almas.
Con respecto a las imágenes y los sonidos y en su conjunto con su trama, es pertinente decir que este filme es tanto angustiante como esperanzador. Y bebe, intertextualmente, sin ser copia o cita de las fuentes; del mejor Gore, del cine de Ingmar Bergman (sueco, también, y uno de los padres de la modernidad del cine); y en especial de uno de sus filmes sobre el doble y la vampirización del yo: “Persona” y también de los filmes de vampiros (o más bien de su imaginación desde los límites del género mismo, a partir, de cierta películas de terror como las de Jacques Tourneur y su sentido del misterio y de lo oculto)
Let the Right One In (Låt den rätte komma in en su título original, ambos más afortunados que el trivial Criaturas de la Noche) consigue finalmente, una forma de depuración del género y del cine narrativo (deja de lado lo innecesario: la parafernalia y la iconografía típica) mediante una depuración estilística de las escenas de terror y de amor, que potencian cada imagen tras cada imagen, acción tras cada acción en un guión sólido sin giros innecesarios; con sus diálogos parcos y reales, las acciones significativamente fuera de campo, la fotografía gélida y limpia en vez de expresionista y oscura, el montaje preciso, y por supuesto; las acciones canónicas del género con su realce o su ascetismo necesario.
Por esto opta por la redefinición contextual del género en clave social y anímica: la familia disfuncional y el colegio ciego ante un orden civilizado que no humaniza o ve realmente a sus alumnos, dentro de una violencia desmedida pero real. Por todo esto, como no queda nada que hacer (la función nihilista y magnífica del último recurso), es sólo es posible ese desenlace redentor, de un fantástico real como pocas veces se ha visto en este último tiempo, única salida posible para el amor eterno o para la sumisión tierna del amor “puro”.
Un filme completo, sensitivo que no agota su sentido y sensibilidad y que rompe toda la idea de lo conocido y de la sorpresa que esperamos del género o de un filme en general. Par ver y revivir muchas veces.