¿Sabes cuántas veces has mirado tu celular durante el día? Según los datos del informe Global State of Digital 2022 de Hootsuite, una persona promedio pasa 418 minutos al día en internet, es decir, casi 7 horas al día u 8 días al mes interactuando en la red.
En ese tiempo nos comunicamos, nos entretenemos, pero también nos informamos. Según el mismo estudio en una medición realizada en el mes de julio de 2022, en promedio cerca de un 60% de los chilenos se informan de las noticias a través de redes sociales, número que llega al 64% entre los jóvenes de 18 a 24 años.
Pero, ¿Cuánto podemos confiar en la información que consumimos en las redes?, ¿Cuánto verificamos lo que estamos compartiendo? Según datos los del mismo informe, se calcula que en Chile hay más de 17 millones y medio de personas conectadas a internet, es decir, cerca de un 92% tiene acceso al servicio. Asimismo, se estima que existen 26.3 millones de teléfonos conectados, en promedio, cada ciudadano tiene 1,3 celulares.
La necesidad de ser un actor activo en la comunidad a través de la generación de contenidos y escucha social, ha hecho que internet y las redes se transformen en una herramienta fundamental para el desarrollo de un individuo en la sociedad occidental. Obtener conocimiento, brindar espacios de discusión y contribuir a una opinión pública informada es parte de los beneficios que gozamos actualmente gracias a la tecnología.
Sin embargo, no todo puede ser perfecto. En algunos casos, la inmediatez se ha vuelto una desventaja. La competencia por quién publica una noticia primero se agudiza, no solo entre las personas sino también entre los medios. La falta de debidos procesos de selección, verificación y construcción de contenido, han propiciado la aparición del fenómeno de la desinformación, que tiene entre sus expresiones a la “fake news” o informaciones falsas.
En un contexto global en el que hay un crisis de confianza en las instituciones, los medios tradicionales han perdido credibilidad y audiencias, las malas prácticas y los diferentes contextos sociales han generado un pensamiento colectivo que, prefiere creer en la información compartida por un cercano o familiar, por sobre el metódico análisis de un medio de comunicación tradicional.
Los algoritmos también alimentan esta tendencia, mostrándonos más de los que ya creemos, encasillando lo que vemos en un tipo de pensamiento cada vez más inclinado hacia nuestros gustos e intereses.
Y es que, esa misma horizontalidad de espacios y flujos de información que nos trae tantos beneficios, ha ocasionado nuevos problemas, como por ejemplo el fenómeno de la posverdad.
Una realidad distorsionada al alcance de todos, que promueve la inmediatez de información sesgada o derechamente falsa, sin verificación y carente de contenido objetivo y racional, donde muchas veces la emoción es más fuerte que los hechos.
“Denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamados a la emoción y a la creencia personal». La «posverdad» ocurre en situaciones en las que, aunque debiera primar la razón, finalmente se impone la emoción, la creencia o la superstición. Diccionario Oxford, 2016
Pero, ¿cuán preocupante es compartir una información errada o hipersegmentada?
La opinión pública construye realidades y es un elemento fundamental a considerar en la toma de decisiones a nivel local y gubernamental. Si gran parte de la información que dispone esa opinión pública carece de contexto o elementos que ayuden a su mejor comprensión, el mensaje que la podría representar, paradójicamente aparece como una limitación de la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones libres e informadas y, en mayor medida, podría representar una amenaza directa a la democracia como la conocemos.
Fijarse en el rótulo que aparece en la parte superior, si dice reenviado muchas veces es porque el mensaje es viral y se debe dudar de su veracidad. También desconfiar si no está clara la identidad de quien lo envía o sus intenciones al hacerlo.